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viernes, 5 de septiembre de 2014

Piel con piel

Un ejemplo un tanto soez, con Kate Blanchett
Demonizamos el sexo, y lo utilizamos con fines oscuros, o nos arrastran a ello. De hecho, hay personas que, sin ningún tipo de racionalidad, ha tomado el sexo, como un arma de venganza, para dañar al otro, o enfriar los corazones. Después de todo, el sexo es una manifestación de la vida. Sin él, no hay vida; pero algunas mujeres y algunos hombres, lo utilizan sólo como arma para la seducción, para destrozar parejas o familias, o algunas mujeres, para encontrar pareja fija, hasta que se agotan, o se aburren.
No hay nada malo en el sexo. No hay nada malo en que la piel se encuentre y funda con la piel, que los cuerpos se hablen, comenten y sientan; pero, en cuanto se convierte en un mecanismo de control, el sexo ha dejado de serlo, para ser un instrumento de dolor y, al mismo tiempo, de una pérdida de fe, de fe en el amor hacia la otra persona.
Cuando se utiliza como venganza, queda redefinido. No es sexo, es peor. Deja de serlo, para ser un arma arrojadiza, un arma con la que reprochar al otro cónyuge, para hacerle daño, para decirle que no vale lo que otros, que no ofrece nada nuevo, y el infierno se establece como una mala suerte de convivencia. El sexo como material de consumo, de trueque y objeto.
No me extraña que se le demonice, cuando se trata de la unión de algo más que la piel con la piel, y más elevado que el sólo hecho de dar y obtener placer. Porque, en el fondo, es un vacío insondable.

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