Entradas Universales

martes, 22 de noviembre de 2011

En una época como esta...

...recuerdo que había cogido la gripe. Todo el cuerpo me temblaba, el típico dolor de cabeza, y mis capacidades de percepción habían disminuido. Estos síntomas se sumaban a la fiebre y a una desorientación tanto de la comprensión como auditiva. Las manos las tenía frías, y me dolían como si me las hubieran atravesado con puñales helados, como témpanos. Fue el único error que admito que cometí. Puedo echar la culpa a la gripe; pero ese día, al mediodía, una hora antes de que el comercio cerrara, mi percepción sensorial disminuyó de tal manera, que ya no recordaba el orden de entrega de los pedidos, ni de la distribución de las cestas de productos. Debía llevar el pedido a unos apartamentos, que en otoño-invierno aumentaban la calefacción a tope, y empeoraba mi decadencia física en ese momento. Llevé el palé, que hacía las veces de carro, con las cuatro cestas (dos para cada cliente, azules, en forma de cajón amplio); pero la gripe también había atacado mi lucidez, porque ya no sabía si las cestas eran las correctas, o si las había mezclado en la confusión. Sólo sabía que la gripe estaba malogrando el día. Repartí las cestas, y regresé; para enterarme, una hora después, de boca del sr Martínez que yo "era un gilipollas que había equivocado los pedidos". Lo peor no fue eso, sino que aprovechó para denigrarme, maltratarme, y tuve que regresar para desfacer el entuerto (que diría Don Quijote); me callé lo de la gripe, pero es que el encargado era tan cerrado en su fuero interno, que ni se dio cuenta de mi declive físico y mental (en el sentido de que la gripe ya estaba llevando a cabo maniobras de acoso y derribo); pero, desde ese día, mi odio se alimentó de la detestable figura de muñeco barrigón del encargado. Una cosa es que me equivocara una sola vez, conociendo el sr Martínez que siempre había cumplido con mi trabajo. Otra, soportar la dureza de sus palabras que carecían de toda razón lógica. Y, encima, el carnicero, con gripe también, avisó de su baja ese mismo día, y el sr Martínez le aconsejó que se fuera a casa, mientras que yo, con el mismo virus, y pasándolo aún peor, me quedé con la bronca y un palmo de narices, de un favoritismo que noté, y que se me antojó pegajoso, y repugnante. Así era la vida en los comercios de Mantequerías Leonesas.

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