No sólo es el nombre de una película, o de una mujer china o japonesa, es también el sol blanco que se reflejaba esta tarde mientras iba meditando en el bus. Me había llamado la atención un cartel de la Cienciología (ahora, Scientology) con un llamativo fondo verde tamizado hasta la palidez del blanco, y el retrato de una niña que no deja de suponer un reclamo engañoso. Como con los Testigos de Jehová, sus intenciones parecen pacíficas, pero consisten en todo lo contrario. De hecho, en la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, si se abandona la secta, no harán otra cosa que perseguirte, o lo que se filtró en las noticias hace un par de años: que se está tararí tarará, cuando se deja el nocivo grupo. Nada más absurdo.
Eso se supone que si se abandona una religión, se está o no se está, cuando es uno quien decide que credo conocer o vivir. La Cienciología se dedica a investigar a los que no le pertenecen ya, y salieron a mal, porque supone el control de la voluntad de la persona. Entonces se dedican a difundir historias criminales bastante falsas. ¡Si, incluso aquí, tienen contratados los servicios de seguridad de sus sedes con policías (es decir, funcionarios del Estado) a sueldo.
Desde luego que la situación es, cuando menos, grave. Seamos íntegros, y que cada uno elija. No tiene por qué sentirse forzado en el credo que comulgue, que eso, desde luego, no es agradable para nadie.
Una parte de la pancarta que se expone en Madrid y distritos
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