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viernes, 17 de abril de 2015

Opciones desacertadas

Abastecimiento lácteo a elegir
Elegir alguna opción, en la vida, nunca parece fácil. En primer lugar, porque las decisiones se pueden tomar a lo Confucio: pensarlas hasta dos veces y, a la tercera, ponerse manos a la obra. O sin pensarlas, que suele ser dolorosas, si el error está incluido en el paquete. Luego queda, por ejemplo, la tercera opción, incluyendo las dos primeras, e inventándose la tercera, con la sufrida equivalencia de que esa misma opción es posible no tomarla.
Del ser humano se dice que no actúa por instinto. Preposición totalmente falsa. Si durante su vida, no hace otra cosa que sufrir, está claro que su mente, castigada por la angustia y el dolor, no siempre acertará en las opciones, y cometerá un error tras otro, se sentirá mal, y cuando crea que ha tomado la decisión adecuada, desconfiará de esa misma. Con más razón, cuando no ha hecho otra cosa que llevarse y recibir palos todos seguidos en comandita y en fila. Y no será porque la letra con sangre entra, si fuese posible entrar en un lugar más cálido y acogedor, sin la necesidad de sufrir sangre o dolor alguno, y preferiblemente, el placer, que será más suave.
Muchos, como en todas las eras, sufrirán. Y ese sufrimiento es equívoco, por razones, no tan equívocas, basadas en el error. Sin duda, el error nos persigue a todos, y eso provoca temor a equivocarse, y el asunto no acaba aquí, porque la situación es más compleja. Si cada uno somos nuestros yoes y circunstancias, el asunto se calienta. ¿Hasta qué punto lo somos? Y si alguien opera, a través de nosotros, deberíamos toser (cof, cof) al pronunciar en su francés original, el nombre que se pensó a sí mismo, Descartes (cof, cof), un tipo que sabía quien era, pero no del todo.
Elijan, señores y caballeros...

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