Así llegó al mundo, así se irá |
Nos han tocado unos tiempos en donde, en apariencia, además de valer más el tener más que el ser, son, desde luego, una completa deformación de la realidad. Cuando nuestro cuerpo material muere, no necesitamos llevarnos nada, porque hemos llegado al mundo sin nada, y el resto, lo hemos ido adquiriendo con la experiencia, con el tiempo, y la ropa que llevamos todos los días, sólo envuelven nuestra propia materialidad.
En muchos casos, esa materialidad nos limita, y tomamos por valiosos, objetos que, aún no siendo perecederos, claramente, nos otorgan una sensación de falsa inmortalidad. Los objetos, por muy valiosos que sean, sólo podremos disfrutarlos con nuestros sentidos materiales, luego, nada nos quedará, ni podremos disfrutar ni del viento, ni de la naturaleza, es decir, que los objetos, nos deshumanizan, y nos transforman en otros. Por una parte, esta obsesión por los minerales, sean joyas, que no son objetos de estudios, sino de apariencia, no significa que, por ejemplo, creo que es mejor, no sé, preferir un libro, porque transmite estética y conocimiento, a una joya o un automóvil que envidiarán muchos, y que, muertos ya, ambicionarán otros.
El valor del ser humano, como tal, es la creación de belleza, porque esa sensibilidad es un don, y eso nos convierte en afortunados. Pero si el valor del ser humano, como valor, o categoría del valor, disminuye, entonces, ciertamente, ni nuestro espíritu vale gran cosa, ni nuestra capacidad de superación tampoco es importante. Un edificio construido vale por su capacidad estética, pero ese valor lo imponemos nosotros. Tanto cuesta, tanto vale. Pero nos hemos olvidado de nosotros, de aquellos que, con relaciones importantes entre nosotros, tenemos la capacidad de mejorar las cosas, evitando los conflictos. Pero eso es imposible, porque toda utopía es sueño, y es improbable.
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