El tiempo mejora, pero está claro que hay personas que viven en otros mundos. Tras subir al autobús, cinco o seis paradas más, subió un hombre que hablaba solo en voz alta. Daba la sensación de que el mundo no existía, y divagaba y desvariaba como el que más.
En realidad, ponía con su voz, las opiniones sobre la corrupción política, el paro, y la promiscuidad (supongo que sexual, de nuestros dirigentes); también mostraba su vena castiza, cantando coplas, zarzuelas y un inmenso repertorio de temas incoherentes.
Por el camino, empezó a repetir que quería ingresar en un manicomio para vivir a lo loco. En ese momento, sentí compasión de su ignorancia. Ingresar en un manicomio para que lo ingresaran, absurdo.
Sucede que, en nuestro país, pocas cosas hay como que el individuo corriente, prefiere ignorar los psiquiátricos, y con razón, porque no son vergeles del Paraíso. El hombre del autobús, de patillas plateadas y calva reluciente, pensaba que ingresar en una suerte de manicomio, le permitiría vivir mejor, sin dar un palo al agua. Yo le hubiera sacado de su error, porque no hay nada más árido que las habitaciones de un psiquiátrico, y porque al individuo, se les ignora, puesto que no son pacientes, si no números. Razón de más, para evitarlos.
Pero la realidad es más compleja, y no es cuestión de vivir a lo loco.
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