Imagen "de arriba" |
En la entrada anterior escribía sobre evocar con la escritura. Ahora se trata de hacer magia. Una novela o un relato no sólo entra por las palabras o la estructura, sino gracias a todo el conjunto en sí. No funciona igual, por el hecho de que cada cuento es distinto, o depende del grupo en el que se introduzca y con qué género juegue. Pero no soy el más indicado para explicar del todo esto.
Hay ejemplos: cuando el lector lee un cuento o una novela, está claro que, de alguna manera, le intriga, y quiere saber más, y sigue leyendo. Le fascina la magia de la escritura, que necesita mucho trabajo, y disciplina (pero no soy el más adecuado para aceptar este tipo de disciplina, porque no escribo mi novela cada día, a no ser a ráfagas); pero la magia se encuentra a la hora de leerla, o de finalizar el último párrafo o la última frase.
Por eso, además de la evocación, se necesita esa magia que transporta al lector hacia una ficción que será real, no del todo, pero relativamente. Y no basta sólo con saber escribir bien. No basta, porque es necesario que la palabra transmita. Tanto como la imagen de arriba, por poner un ejemplo.
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