Entro en el superbazar del Templo Chino. Buscaba algunos folios de interés, peor no encontré ninguno; pero si hallé, por suerte, un bloc para pintar a la acuarela, y una colección de mapamundis. Diecisiete, en total. También, me hubiera gustado tener un bloc más grande, pero arrastraba a los otros, y lo dejaré para otra ocasión, sin ocasión, porque, es probable que ya no esté, dentro de un par de semanas.
Por suerte, cuando me dispuse a pagarlo, la dependienta china me comentó: estos mapamundis son escolares. Bueno, ya lo sabía, y se lo hice saber. Además, recordé que, cuando iba al colegio, valían sueltos, cada uno, unas cincuenta pesetas, de los años ochenta del siglo pasado, y ahora, tengo, diecisiete mapamundis de los distintos países a dos euros. Todo un ahorro; pero la vida se encarece con el tiempo.
Poco después, agradecía el servicio prestado, me daba las muchas gracias. Ir al Templo Chino es gratificante. Pero, poco antes, había sido un templo cristiano, antes que un superbazar de papelería, y lo demás. Eso sí, hace un calor excesivo; pero también suelo decir lo mismo del frío excesivo de otras estaciones.
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