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sábado, 13 de diciembre de 2014

Un fantasma del pasado con el que me tropecé hace tiempo

Y el tiempo pasa, como escribió Da Vinci
Es posible que ya lo haya escrito y narrado, y que la nueva versión no sea tan rica como la anterior. Y me aconteció de camino al Barrio Aeropuerto. Normalmente, no suelo tomar el camino por mi cuenta para ir al Centro Comercial Plenilunio, y en esa ocasión, un deseo interior me condujo hasta Plenilunio, en donde iba a dirigirme a comprar material de dibujo y pintura. Pero, por el camino, me tropecé con el impresentable de turno: una entidad poco inteligente, y que se dedicaba a exigirme aquello que no le debía. Bueno, si le debía, un par de bendiciones, o más, pero con los cinco dedos cerrados.
El ente o entidad fue muy claro: me preguntó la razón, y esto aconteció en el verano de este año, a principios, creo, y me exigía las razones de no ir a la manifestación, de hace más de cinco años, del sindicato de la ya extinta Caterair, Sky Chefs, o como la mierda que quiera que se llamara en esa época. Le dije, a este estúpido ente, que a mí me despidieron con acoso laboral, hace años, y que yo nunca he pertenecido a ningún sindicato corrupto, y que no tenía que manifestarme, porque en el pasado, ya me hicieron esa putada de alterarme hasta cada uno de los átomos de mi cuerpo, y que no era mi obligación defender a los traidores y mamapelotas de la empresa que feneció hace tiempo, por los intereses, la envidia, el hurto y la falta de compañerismo.
El ente estúpido saltó:
-Sin rencor, sin rencor.
Yo, repliqué:
-No, con mucho rencor, con mucho rencor (y creo que añadí una palabra malsonante, que las añado, las suelo añadir, para evitar llegar a las manos del necio que siempre busca algo)
Y, luego, me insistió en que le buscara trabajo.
-¿Qué dices?-pregunté- Si yo ahora cobro una pensión por minusvalía, en parte por vuestra culpa. Yo no te debo nada, y no tienes ningún derecho a exigirme nada. Lárgate.
El ente iba a añadir un pero, y aproveché para vengarme, por los dos meses de infierno que pasé, en donde la realidad se me diluyó, y no veía o distinguía esa parte importante para que la mente agarre soga donde sostenerse.
-Ese es tú problema. Yo sólo busco curro a mis amigos, y tú no lo eres. Si no te hubieras sumado a los judas que había, la situación sería distinta, pero como te sumaste a los caídos, es tu problema.
Tras estas palabras, el ente estúpido se fue derrotado. He de decir que nunca me alegro del mal que les causen a los demás, y que, según la moral aristotélica, quien se alegra del mal de los enemigos, es peor que ellos. En cierto sentido, nada me unía al ente estúpido, en este caso, sólo su origen humano, pero nada más. Sin embargo, me alegré de que lo pasara mal. Cuando él se unió a los que me acosaron laboralmente para que perdiera mi puesto de trabajo, ellos sólo pensaban en sus culos. Pues bien, mi alegría estaba justificada por la ira contenida durante años, y creo que fue un acto de justicia. En realidad, el primer acto de justicia. Si esperaba mi perdón, no me lo pidió. Se lo hubiera dado, pero sus intereses eran otros. Y un perdón pedido por el interés de conseguir favores, no es un perdón, sino una transacción comercial, y yo, de rey o faraón, no tengo nada, sólo aquello que tus ojos ven.

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