La Panera. Debería haber llevado la cámara, con unos detalles más curiosos, pero no fue posible. Llegamos a tiempo, pero la leña fue escasa, y tuvimos que tirar con dos montones de piñas, pero no se puso hacer más. El día se volvió molesto porque unos rumanos empezaron a convertir la Naturaleza silenciosa en una especie de discoteca. La tranquilidad había decidido fugarse, pero dejando un deje de temblores y crujidos. Nos fuimos a otro lugar después de yantar panceta, pero lo peor para mí, fue subir la cuesta a pie, porque hay una depresión natural, y da la sensación de que la tierra se está cayendo para abajo. Se veían hasta las raíces de los pinos, y los terrones caían por su propio peso. La lluvia había ayudado.
Pero si la subida fue terrible, el descenso fue más relajado. Pude caminar con tranquilidad (a pesar de las agujetas en las piernas y los gemelos, y el dolor de la prótesis) de todas maneras, en la subida me rendí, incluso perdí el color; pero, bueno, no fue a mayores. Regresamos al coche, y la salida de M-40 fue una especie de éxodo, porque parecía que, desde que salimos de Guadarrama, la carretera se enlongaba hasta extremos imposibles. La llegada fue, desde luego, tranquila, y me dejaron en Barajas. Todo un detalle.
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