Desde que llegaron los ordenadores, las máquinas de escribir han dejado de ser imprescindibles para convertirse en piezas de museo. De hecho, incluso la máquina de escribir electrónica más moderna, pertenece al pasado más reciente. Pero hay escritores y ha habido escritores que la han utilizado, incluso a costa de no utilizar los ordenadores. Ejemplos: Paul Auster y el desaparecido Francisco Umbral, que enviaba los artículos por mensajería al periódico, para luego recibir el cheque convenido con el director del mismo.
La máquina de escribir, a estas alturas, parece la abuela o tatarabuela de la familia, que ha quedado relegada al olvido, o a fotos de museo, o en la Red. Los ordenadores ahora ocupan todo el panorama. De hecho, la utilización del ordenador es básica y vital. Y no olvidemos que causa dependencia; pero, como apretando un botón se halla el artículo o la obra que se necesita, la situación es más que evidente, la conexión con otros ordenadores nos ha solucionado la vida, pero somos algo así como homos virtualis, es decir, que es posible que no seamos tan reales como creemos. Y, sobre eso, se ha de tener cuidado. Tendríamos que preguntarnos si el ordenador nos humaniza o deshumaniza, porque el mundo real parece, en ocasiones, una fortaleza inexpugnable. Además, ya lo decía un sabio, y lo dejó escrito un escritor, del cual, ahora, no recuerdo su nombre, y la frase la leí repetida en la novela: ser transparente diciendo la verdad, en este mundo en el que la mentira es el escudo con el que nos protegemos, es peligroso.
Supongo que, con la máquina de escribir, la verdad era más tangible. Ahora pierdes un archivo, y es imposible recuperarlo. ¡Aplaudamos a la heroica máquina de escribir!
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