Hay días en los que necesito escribir hasta el agotamiento. Se trata de los días de hiperactividad. Llevo esta maldición que, en mi caso concreto, es una desventaja. Para que yo pueda descansar he de mantener la mente ocupada. Cuando esto sucede, se hace necesaria la medicación; pero, en ocasiones, ni por esas.
En el momento en que la medicación falla (que suele ser algunos días alejados entre sí) he de escribir sobre cualquier cosa o asunto, o leer y anotar. Tengo la ventaja de ser un escritor (o escribidor) prolífico, incluso impulsivo; y cuando la tarea se vuelve salvadora, es en el momento de la hiperactividad cerebral. Mi cuerpo está descansado, pero mi cerebro aumenta el proceso, y obliga a trabajar a mayor velocidad las neuronas. Entonces llega el momento de echar todo lo almacenado al exterior (pero luego, me sucede que no era lo que yo deseaba escribir) y el subconsciente hace de las suyas, desde luego. Y está claro que siempre me juega malas pasadas.
Aún no he logrado el equilibrio completo entre dicha hiperactividad (pues escribo, en ocasiones, con ella, y cuando he de descansar) y el punto medio necesario para un control más estricto. Pero este control no existe, no se ha comprobado, desde luego. Queda suponer que es inherente a lo que me sucede, y admitir que es una pesadilla, muchas veces, en muchas ocasiones.
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