Cuando termino un libro (poco después de leerlo), me dedico a tomar algunas notas, o a meditar sobre aquello que me ha tenido ocupado varias semanas. Por cierto, que no dejo lecturas al azar, teniendo en cuenta que me siento empujado a nuevas lecturas sin concesiones; y que espero que me sirvan de algo, por supuesto.
Mi voracidad es tremenda, a la hora de leer, pero los últimos años, leo con una cierta tranquilidad. Después de todo, sé que no me dará tiempo a leer todos los libros que existen, pero me habré leído unos cuantos.
Si me preguntan por qué leo de esta manera se debe a la sensación de que la vida es ya, de por sí, bastante corta. Y los conocimientos evolucionan continuamente, sin frenos. Y esto se ve tanto en la escritura, como en el cine o en el teatro. Siempre hay novedades, y no hay que arredrarse, se ha de continuar, de seguir, y buscar la formación necesaria que siempre cambia y se modifica.
Por eso creo que, cuando he acabado la lectura de un libro, está bien parar unas horas para meditar y digerir aquello que se ha leído. Es un ejercicio que se destina a la total comprensión de la información que se ha leído. También, es posible que lo leído, se haya digerido mal. No pasa nada, un segundo y rápido examen logra que el cauce del agua siga su camino.
Y luego, escribir, por supuesto.
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