Llegué a La Vaguada, con un amigo, y me encontré con otro, de la Guinea Española. Hacía tiempo que no lo veía, y le pregunté qué tal estaba. Con una sonrisa, me respondió qué bien. El tiempo había pasado, pero él, a pesar de las privaciones que sufre, siempre dice estar bien. Poco después de entrar, al salir, ya no estaba.
Al parecer, permanece en la entrada hasta la hora de comer. Luego, desaparece, y no lo vuelvo a ver, hasta qué pasa un tiempo amplio. Ciertamente, agradece el saludo, y siempre está contento. Es de los únicos que no pide nada a cambio. De hecho, aunque no rechaza un euro, le da un poco de corte aceptarlo; pero, por lo menos, tiene buenas intenciones.
Me contó una vez que vivía en un apartamento compartido con otros compatriotas, pero que tenían tan poco espacio que, en más de una ocasión, había decidido mejorar su estado. También, que se mueve mucho, pero que le es difícil, tal como están los tiempos, encontrar un puesto fijo o temporal, sobrevive a matacaballo y a salto de mata.
Esta realidad no se oculta ante los ojos. La realidad en donde hay necesidad, pero no privilegios. El país, sin apenas oxígeno, y muriendo cada día agonizando.
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