Aparte de darnos que pensar con dragones, guerreros, orcos, elfos y una infinidad de seres sorprendentes, sin olvidarnos de los magos, hechiceros, nigromantes y la gran cantidad de enanos, anillos, aventuras y excesos y decesos, la fantasía sirve para evadirse; pero uno ha de evadirse con responsabilidad. Después de todo, el hecho de que un dragón ponga en peligro a una comunidad (de cualquier raza fantástica, por supuesto) no nos salvará de ser héroes en la ficción (aquellos que se enfrentan a dragones y hechiceros) no nos evitará el enfrentamiento con la propia realidad, que ya es bastante complicada por sí misma.
Es cierto que, con la fantasía épica, la vida se ve de otra manera, pero no es agradable saber que, de una manera o de otra, la situación es siempre grave. Puedes acompañar a un guerrero, con toda su grandeza, en la aventura; pero, cuando dejas de leer el libro, cuando lo acabas, te queda en el espíritu el último poso. Por ejemplo, el guerrero carece de ciertas responsabilidades. Se busca la vida a salto de mata, se ocupa, principalmente, de sobrevivir, de hallar, por lo menos, una tregua para el día siguiente, y si no la encuentra, es posible que se haga mercenario, ladrón e, incluso, asesino. Y eso no es agradable.
En cambio, cuando dejas al héroe (de cualquier raza) te das cuenta de que te quedan muchos problemas por resolver. Cada día, esos problemas se renuevan, y se refuerzan, y cada día es tensión. Vivimos en un mundo tenso, y nadie nos lo puede negar. La tensión mata diariamente a muchas personas, además de, por ejemplo, evita que nos sacudamos unos problemas que nunca los hemos provocado nosotros de manera individual, sino como colectivo.
La fantasía épica nos recuerda esta serie de problemas, pero no se resuelven ni matando a un dragón, ni robando la Joya de Shankara. Pero, por lo menos, nos regalan el billete para esos mundos, que han creado espíritus libres, e incluso, angustiados. Que cada uno saque sus conclusiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario