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domingo, 24 de abril de 2011

Cegado por el Sol

Ahora que estamos casi a punto de que el verano nos invada (dentro de un par de meses) no estaría mal traer a colación que, en las piscinas, siempre me quedaba cegado por el sol de la piel de sus propietarias. De hecho, leía, y perdía la lectura, pero jamás, en ningún momento, como ahora, me pierdo alguna frase. La piel es nuestra seña de identidad, y poco importa el color, si no que lo que interesa es la forma o las formas que toman. Un león no lo sería si no fuera por la piel, y su forma característica. La piel es nuestro traje, y nos expresa, porque toma la forma de nuestro cuerpo. Recuerdo que, una tarde, un amigo nos invitó a la piscina, y me quedé prendado de la forma insinuante de una mujer. Le gustaba insinúar su cuerpo, y se notaba. Incluso cuando nadaba, o alguno se tropezaba con ella. Mostraba su sinuosa e insinuante piel, como si fuera un trofeo de artista, una escultura de un genio que admiraba la belleza. De ahí que, al leer, de vez en cuando, me distrayera en sus formas, sobre todo cuando se tumbaba, y su forma se volvía aún más insinuante y misteriosa. Recuerdo que con los amigos hacíamos cábalas, intentando adivinar si las formas eran reales, o se trataba de un espejismo. Lo que no fue un espejismo fue advertir que tenía pareja: el espejismo y la pesadilla. Y luego dicen que los hombres no sabemos elegir. A lo mejor, la miopía, no es sólo nuestra. La ceguera del Sol, que me la provocaba, no me había preparado, esa tarde, para tropezarme con el espantapájaros.

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