Nunca olvidaré los veranos (creo que sólo viví tres) en donde no había reparto, y apenas salíamos del comercio. El único defecto era el tedio. Colocar el material y los productos, y las diferencias entre los distintos repartidores. Nos peleábamos por llevar, por lo menos, por la tarde, un pedido. De hecho, se pasaba más calor dentro de la tienda que en el almacén. Y, para colmo, aprovechaban los encargados, tan poca acción, para hacer limpieza en los anaqueles. Por cierto, que mis manos aún recuerdan la corrosión de la lejía, y el agudo olor de los productos químicos de limpieza, como el amoníaco, limpiacristales y una extraña mezcla que ideé para quitar las ronchas de porquería endurecida en la frutería (perdón por los -ría); lo peor no era eso. Ciertamente, que los encargados ayudaban, pero, en cuanto veían que te las apañabas tú solo, te decían: ocúpate de todas las estanterías. Y así, parte de la mañana, y parte de la tarde. Y sudando a todo sudor que, en ocasiones, la monotonía te absorbía, consumiéndote. Por lo menos, si repartías, te dabas un paseo tranquilo a la vuelta, sin estrés. Porque el "reparto exprés" disminuía. Era a principios de Septiembre cuando el asunto se ponía serio. Pero, entre Mayo, Junio, Julio y Agosto, todo menguaba gradualmente. Y la espera del Sábado, para descansar el Domingo.
Eight days a week... I love you
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He perdido a algunas personas muy queridas para mí. John es uno. Se fue
hace muchos años un día como hoy. Le quería y todavía le quiero. Es algo
inevitable...
Hace 12 años
Bonita historia, bien contada
ResponderEliminarGracias, Jose. Te recuerdo que fui reparidor y mozo de almacén en Mantequerías Leonesas, hasta que esos miserables me rescindieron el contrato. Hubo muchas más víctimas temporales.
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