Esto es demasiado. Todo el mundo, o casi todo, está obsesionado con el final del mundo. Una situación absurda (y milenarista, como subraya Arrabal, o subrayó en sus pánicos tiempos, paseándose beodo por el programa de Sánchez Dragó, hace tres décadas, y alguna que me dejo en el tintero; porque, cuando uno se despierta, el dinosaurio aún está allí) que no nos lleva a ninguna parte. Por otra, me entra la risa absurda. Si el mundo se acaba el año que viene, habrá que dejarlo todo, atado y bien atado. No se puede vivir con temor, por mucho tornado y tsunami, y amenaza de contaminación nuclear que haya. Podemos esperar unos cuantos hechos: la llegada del planeta Hercólubus, algún meteorito que impactará, y el regreso de los Visitantes de la serie "V" desde el planeta Nibiru, que pasa de quintas a brevas cuando le apetece, cada 15.300 años (ahí es nada, seguro que vienen de vacaciones, y se dicen: ahora sí, ahora invadimos a los humanos); pero, de aquí, a que se acabe el mundo, muchos de nuestros esqueletos descansarán bajo tierra, y nuestra extinción será, hipotéticamente posible, cuando nos dejemos de comparar y de envidiar, sobre todo, al vecino. Dicho sea de paso: lo mejor es no obsesionarse con el fin, sino con el principio. Ya nos cuesta bastante levantarnos todas las mañanas con luctuosas noticias de pérdidas y sacrificios, en bien de unos pocos, que no significamos nada para ellos.
Eight days a week... I love you
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He perdido a algunas personas muy queridas para mí. John es uno. Se fue
hace muchos años un día como hoy. Le quería y todavía le quiero. Es algo
inevitable...
Hace 12 años
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