Hace años que se ha recuperado la figura del Cuentacuentos, esa especie de abuela que se reunía a la luz del fuego, y narraba historias mágicas tradicionales, para convertirse en un profesional de la palabra, que es invitado a todas las Bibliotecas. Sustituye a la artificialidad de una película en deuvedé, y las historias son originales porque participan los niños, que son los que completan la historia, al preguntar el Cuentacuentos profesional, con un guión creado por él mismo, y que es fascinante, porque lleva al crío a otras experiencias, retomando y defendiendo valores que nunca debieron desaparecer.
Es impresionante la alegría con que estos profesionales de la palabra, que cada día han de crear un nuevo cuento, y mostrarlo al pequeño público, para que participe. No olvido como, cuando leo en la Biblioteca, en esas tardes de cuentacuentos, los gritos de alegría y de emoción de las vocecitas que han entrado en un mundo aún no descubierto.
Por suerte, los Cuentacuentos están ahí para ejercer, casi de educadores, evitando el drama de los malos ratos, y alimentan con oxígeno, unas mentes que, en el futuro, construirán un mundo mejor que en el que vivimos. Siempre queda la esperanza de que será un mundo mejor.
Por eso, espero que haya más vocación para contar cuentos (no los de los políticos, que lo estropean todo, con su vara de medir), para que el mundo mejore, y que no tengamos que arrepentirnos de nuestra existencia, sino sentirnos orgullosos.
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