En el año 1995 me dirigía al Cantón de la Avenida de los Toreros, después de tratar de limpiar una calle inmensa que no había por donde cogerla. Como mi trabajo fue infructuoso, me llegué a la hora de la salida, con José Luis, un compañero y amigo, al que despidieron, ese mismo sábado, conmigo. Un despido injusto, porque el encargado, del cual no diré su nombre, me obligó, de mala manera, a regresar a la calle, en vez de llegar a las 13.30, como era obligado.
En un primer momento, me hirvió tanto la sangre que me entró la tentación de cargarme la furgoneta de la empresa a palazo limpio. Pero el encargado aprovechó que le había mandado lejos hacia los detritus y excrementos, que tras ese insulto (ese día me encontraba quemado) salté como un león, pero un león acorralado, cuando no se puede respirar.
Este hecho, que, en un primer momento, puede parecer extraño, fue la gota que colmó el vaso, porque el encargado me pidió que firmara un papel en blanco, al que me negué, y trató de obligarme con maneras aún más primitivas: la violencia y la intimidación. Pero seguí en mis trece, hasta que el encargado me prohibió ir a trabajar, y ordenó cerrarme las puertas. No lo firmé, pero el domingo ni aparecí, hasta que me llamaron para recoger el finiquito, y la indemnización y la documentación del paro.
De todas maneras, mi despido fue injusto, como lo es ahora en tiempos de crisis. Pero nunca me he amedrentado. Por otra parte, esto es agua pasada. Y ahora, los contratados con el contrato indefinido, en la limpieza de las calles del Ayuntamiento, se dedican a pedir un 5% de subida, cuando deberían pedir el doble o óctuple, y, desde luego, que una cantidad tan pequeña de subida es ridícula.
Si se me permitiera viajar en el tiempo, quizás hubiera actuado de otra manera; pero McFly no fue nunca un león. Pero el pasado, en pasado se queda.
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