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jueves, 26 de septiembre de 2013

En ocasiones, los delfines no escogen las reglas

Ahora que lo pienso, el encargado del fregadero en el Catering no era un gnomo, era un hobbit pero un hobbit con muy mala baba. Al principio me atendía con cariño, porque mi tío trabajaba como uno de los jefes de cocina, en cocina, que era el departamento que se encontraba abajo. Tuve la suerte de callar que yo conocía a mi tío. Pero el hobbit decidió que, para conocer mejor al equipo del fregadero, consistía en asistir a una cena con todos.
Como siempre he sido susceptible, según el ambiente laboral, de estas situaciones, que son para mí incómodas, alegué que no podía ir, en mi defensa, porque por esos años iba al gimnasio, a aumentar masa y peso, porque parecía demasiado fibroso. No asistí a la cena, y al día siguiente, tuvo lugar una conversación de lo más rara. La transcribo a continuación:
-¿Por qué usted no asistió a la cena?
-No me gustan las cenas.
-Pues a todo el mundo le gustan las cenas.
-En familia; pero decidí ir al gimnasio. Ya se lo dije.
-A mí, usted no me dijo nada.
-¡Pero si se lo comenté ese día, precisamente, que no podía asistir.
-Usted es un malqueda.
-¿Por qué?
-Porque no asistió a la cena con los compañeros.
-Ya le he comunicado que no me gustan las cenas. No me siento cómodo.
-Es usted un malqueda.
-¡Pero si le avisé! (en este momento lo debí ver todo rojo, porque la sangre empezó a hervirme de ira, y la bestia empezaba a despertarse)
-Todos los que no asisten a una cena de trabajo no son buenos trabajadores, y usted es un malqueda.
-Malqueda-repitió el hobbit con mala baba-malqueda.
Miré al diminuto. Durante más de diez minutos hasta llegar a la hora, estuvo repitiéndome eso de "malqueda", hasta que estallé. Y lo dije porque me salió del alma. Ya tuve en el pasado, en otra empresa, lío porque los dos últimos años, no asistí a la cena de Navidad. Ni me cayeron bien los compañeros, ni era mi obligación asistir, teniendo en  cuenta que uno casi me revienta los pulmones con sus manazas, porque ambos teníamos un mal día, y él se pasó con los insultos, hecho que aproveché, no para insultarlo, sino para afilar la lengua y herir con las palabras bien dichas, que duele más. Respondí:
-Yo vengo a trabajar, señor, no a hacer amigos.
El rostro del hobbit parecía un Cubo de Rubik, desordenado y descolorido.Y es que, en ocasiones, los delfines no escogen las reglas. Era un hobbit cojonero.

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