El momento de escribir no se elige. Ocurre lo mismo que con los libros. No se elige leerlos, te eligen. Hay días en los que nada ocurre, y sucede que ese no ocurrir es no momento. Entonces, no es necesario escribir, y esperar. Pero llega el momento en que la hora de escribir es irremediable. Y ya no se escribe por obligación, sino por placer.
Claro que, el momento da igual, porque se puede escribir en cualquier momento. Y ese momento, llegará, tal como me llega a mí todos los días. Pero eso se andará, y cuando se camina, se hace lo propio y con placer. Llega el momento en que se convierte en una necesidad.
Y, en el momento de ponerse a escribir, el azar es circunstancial. Si has de escribir escribe. Y nada queda pues, al azar. Porque soy de los que creen que no queda nada al azar, de tal forma que, como Einstein, Dios no juega a los dados con el Universo (pero bien puede no ser así), y he aquí, que acabo este breve apunte.
Nos vemos.
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