Con los cuadernos siempre se lega escritura. Una herencia que logra, en ocasiones, llenar de emoción. El cuaderno es una suerte de códice en tamaño reducido, con la rúbrica del autor y sus errores, si los tiene, sus notas y pensamientos, sus apuntes que reflejan su mundo. No he puesto realidad, porque cada uno lleva la suya en sus espaldas, de tal manera que, en muchos casos, la realidad modifica y cambia, y también la percepción interna desde el exterior. Y va por cristales de distintos colores o combinados.
Por eso, si algún día se lega el cuaderno de otro, se queda con el obsequio de un tesoro a descifrar. Y eso, a pesar de lo escrito (importante o no), y acompaña el espíritu de la propia persona. Porque la literatura nos ha legado manuscritos valiosos, de una potencia literaria tal, que se quedan durante el paso del tiempo. Pero este apunte lo pasaré, más adelante, sobre el legado intemporal de la Literatura, a la etiqueta Pormenores del Tiempo. Me refiero a esta parte.
Concluyo que dejar un cuaderno de notas es el mejor legado cultural, sea del tema tratado o de las cuitas y dolores del plumífero que lo escribe.
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