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jueves, 28 de abril de 2011

Siglos bajo el polvo

Son libros que a muchos les gustaría tener en sus manos. De hojas gastadas, amarillentas, y lomos descarnados. La piel de sus romas aristas, el tacto de los siglos. Nacieron como códices, y se transformaron en esenciales mecenas de la sabiduría. Embellecidos por el paso del tiempo, que una hoja se rasgue es como matarlo, cometiendo una especie de libricidio fulminante. Personas que no leen, los prefieren en la hoguera, cuando éstas ya han vendido su alma al Hades y libado las aguas del Leteo, dejando a Mnemósine sin inspiración. Quien bebe de las aguas del conocimiento, es posible que sienta más sed, que, de alguna manera, sienta sed de más. Será afortunado si lo transmite; pero no será lo mismo cuando lo pierda. Sin libros que admirar, la existencia se convierte en una suerte de desierto (y aún más: una oscura maldición); y lo que deja de admirarse, no es posible aprehender-incluyendo la palabra sin hache intercalada-, y lo imposible, no siempre es lo que permanece. Es otro pormenor del tiempo. La escritura es inmortal. Todo escrito abandonado en un folio, un cuaderno, una libreta o cualquier otro soporte (que falla, en ocasiones imprevistas) es la firma de la inmortalidad. Poco importa que sea famoso o no. Cuenta hasta la lista de la compra-Javier dixit-, y no falla que lo escrito perdure, sin conocerse. Se ha de buscar el conocimiento a toda costa, sin perder el alma. El alma se encuentra libre cuando se muestra. Los libros nos protegen y nos hacen libres, si exceptúamos, claro está, las publicaciones con la rebajada intención política de de manipularnos. No en vano, libros de enjundia, permanecen siglos bajo el polvo de los anaqueles.

1 comentario:

  1. Esos tesoros preciosos guardan del olvido polvoriento, el alma en pena de quien los engendró y parió.

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