Hay momentos en que deseas anotar algo y no te sale nada. Y es que da corte empezar a tomar notas, en un lugar tan frecuentado como la Ciudad Lineal, como en la Gran Vía. Pero, en ocasiones, las ideas no quieren salir, o no lo desean, y es difícil darle salida a unas ideas o apuntes que luego, no sirven para nada. Precisamente, he tenido esas vivencias muchas veces, hasta tal punto, que anoto por la noche varios pensamientos. Es imposible tomar notas cuando estás con los amigos, platicando o comentando las nuevas de la semana, y entonces equivale a que no haces nada, o es tan ferviente la manifestación de opiniones, que se te olvida tomar nota de cualquier pensamiento que se ha escapado, o ha quedado rezagado.
Pero no es una pesadilla. A lo mejor el pensamiento no era bueno, y, desde luego, no necesitaba imprimarse en la hoja. Cada escritor ha de encontrar el día, o, quién sabe, no encontrarlo. Pero no es un problema mayor o menor. Porque no hay problema que exista. Desde luego.
Por eso, las anotaciones son clandestinas, hasta tal punto, que son secretas. Pero, por eso mismo, son informaciones que el escritor ha de utilizar para la ficción o cualquier otro trabajo. Incluso esto es un apunte sin preparar, una divagación, que no sé adónde me llevará, pero que me conduce a surtir este blanco espacio digital de palabras.
Que nadie se rinda si no puede anotar nada. No es una batalla perdida. Es, sencillamente, que ese día, sobre todo, no era el día; y lo mejor, es esperar, sobre todo, a la noche; pero que no sea la más oscura, desde luego.
Y los días tampoco.
Hyeronymus dixit.
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