Con la llegada del verano, pronto se despierta la curiosidad por visitar el mundo conocido y, con un poco de suerte, el espacio conocido. Llega esta época, y el viaje o los viajes, se hacen necesarios. Yo sólo puedo viajar alrededor del barrio, o ir a Madrid (pero con este calor, lo veo imposible), pero los esfuerzos se ven premiados. Se pasa la tarde dando paseos, o se aprovecha para siestear (que, en otoño-invierno, suele ser raro); también están los libros.
Con los libros, por suerte, se puede viajar. Aún he de finalizar la lectura de La Isla del Tesoro de Stevenson. Pero se trata de una relectura. Una de muchas. Claro que, se navega por la Red, y uno viaja a cualquier parte: basta con buscar unos mapas, pero es un sucedáneo, y queda tan soso, como el sabor del café de achicoria, que no es café, pero sirve igual.
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