Entras en la Fnac Madrid de Callao. Sueles encontrar casi de todo; pero recuerdas que un amigo estuvo en Francia, y que, entre este comercio de la cultura y la electrónica no hay color. La Fnac de París es más extensa, y aquí, el arquitecto tuvo que hacer sus cuentas, teniendo en cuenta que se trataba del ya desaparecido SEPU de la Calle de Preciados. Pero hay novedades, siempre las hay, y puedes encontrar un cuaderno Moleskine y sus variedades, con sólo buscar un poco. También preguntas a los dependientes. La educación ante todo. No preguntas si vas a tiro hecho, y sabes donde buscar. Lo contrario, a tiro no hecho, también sirve.
Y publicaciones a montones. No escapa nada. Hay libros de la editorial Taschen, novelas de casi todos los géneros, y una sensación de perderse toda la tarde, hasta que uno se encuentra agotado con tanta luz suave y artificial. Y sales a tomar el aire. Cuidado con el mendigo de la entrada. No le des nada, si te lo exige. De hecho, ya ha puesto su precio, y en euros equivale a unas cien pesetas. Ni caso. Pasa de él. Ignora que a nadie se le pone precio por una puerta que nadie pidió que se le abriera.
Por suerte, no aparecerá hasta el próximo invierno, si no ha fallecido todavía.
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