Para ir al colegio, por esta época, allá, por los años ochenta, siempre recordaré los charcos e irregularidades del camino, encharcados y embarrados. Lo primero porque hacía un frío glacial; lo segundo, porque, tan pronto se acababa la acera, la mayor parte del camino era barro, ese barro que lo arrastraba el agua, sin saber muy bien a donde ir, y que se depositaba en las aceras, con agua insalubre. Como vestíamos zapatos, mojarlos era todo uno. El frío se colaba en los calcetines, y tenías suerte sí, en clase, lograban secarse. Lo más incómodo no era la clase, sino la compañía de la húmedad y el frío, como diabólicos guardianes. Lo más sufrido, además, era salir al recreo, con una atmósfera congelada por el aliento del vaho, y que, por mucho que trataras de protegerte del frío, Mr. Frío tenía las de ganar. Flotaba en el ambiente una angustia gris, casi de ceniza, que se albergaba en los corazones; pero nadie se quejaba. En el momento en que el frío quedaba desterrado, o un poco de sol calentaba la atmósfera, parecía resurgir una nueva esperanza. Por lo menos, hasta la tarde, porque el regreso a casa, también uno quedaba acompañado por los charcos el barro, y la escarcha cristalizada que mostraban un día y una tarde desangelada.
Eight days a week... I love you
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He perdido a algunas personas muy queridas para mí. John es uno. Se fue
hace muchos años un día como hoy. Le quería y todavía le quiero. Es algo
inevitable...
Hace 12 años
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