Entradas Universales

jueves, 14 de marzo de 2013

Ocultidades

Buscaba las obras de la filosofía perenne, la sabiduría arcaica que siempre le habían fascinado. Sentía curiosidad, pero también una helada punzada de terror. Obras que, en el pasado, eran peligrosas, pues contenían, y continúan conteniendo todos los saberes que se perdieron; conocimientos que podían ser compatibles con la ciencia actual.
Podía encontrarlas en cualquier libreria; pero como bibliófilo, prefería las obras originales, las primeras ediciones, y los manuscritos del puño y sangre de sus autores, que en su día, se esforzaron, no sólo por conocer la psicología humana, sino también, los difíciles caminos divinos. Amantes de la Madre Primigenia, estas obras casi eran herejías; pero se habían salvado porque coincidían, no con la Iglesia, sino con la naciente ciencia oficial. Ya no quedaban oscuridades.
Soñó, despierto, acariciar esas obras con sus manos. Respirar el papel y el pergamino viejo, que los ácaros no habían podido destruir por los siglos de los siglos. Tocar y acariciar las hojas, arrastrar los dedos como si se tratara de explorar el cuerpo de una hermosa mujer. Redimirse y abatirse entre el placentero pasar de hojas, o leer algunos pasajes que le retrotraían a tiempos, en donde la ingenuidad daba paso al más absoluto arcano.
El precio ya lo llevaba. Quedó con un vendedor que, o conocía sobradamente el precio de los libros, o que, sencillamente, se enriquecería con rapidez, o quizás los vendería como una ganga. Por teléfono, la voz del vendedor se escuchaba prudente. Nadie debería saber sobre que se hablaba, y de qué iba el negocio. Probablemente, la Ley de Murphy acechaba.
-Este canal no es seguro. Hay muchas ofertas, y hasta un comprador puede haber sido asesinado-dijo el vendedor.
-No me importa.
Para él, el saber no ocupaba lugar; pero el saber costaba un precio si se trataba de estas obras. Y si alguien había muerto por ello, el valor, seguramente, se había alzado. Se lo jugó al todo o nada, y convenció al vendedor que quería deshacerse de las obras lo más ágilmente posible. Demasiada agilidad, demasiada rapidez, demasiado miedo.
Cuando tuvo la colección en sus manos, una de las obras (un grimorio) no ocultaba que la sangre se fugaba de sus páginas. Esa misma noche, él había muerto. El saber también era peligroso, y nadie puede huir de ciertas maldiciones.

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