Entró en la librería de libros de segunda mano y usados. Se recorrió todos los anaqueles de volúmenes en rústica y encuadernados en tela, hasta que dio con Zanoni y lo cogió con las manos. Se trataba de un volúmen de tapa dura, con un dibujo de ramas en relieve, y con la tapa roja.
Consultó si tenía la cantidad suficiente para pagarlo; pero también tuvo la infeliz idea de que iba a costar caro. Se acercó al mostrador de la libreria, y le atendió un joven con barba muy poblada y chaqueta de lana.
-¿Cuánto cuesta?-preguntó.
El librero lo consultó por el ordenador. Pasó la barra de registro por el aparato que parecía una pistola ultramoderna, mientras sonaba el pitido, y se dibujaba el precio y la ficha en la pantalla.
-Diez euros.
Buscó en su cartera el tan preciado billete. Bueno, el precio no estaba mal. Por diez euros podía darse con un canto en los dientes. Pero cuando creía que tenía el billete, sólo encontró uno de cinco euros. ¡Qué bochorno, juraría que tenía los diez euros!
-No me llega.
Y con el cuerpo doblado por la pesadumbre se arrastró para salir de la libreria.
-No se vaya, hombre. Olvida que es una libreria de libros usados y de ocasión-insistió el librero barbudo.
-No lo he olvidado; pero si no lo puedo pagar, es una hazaña imposible.
-Regateemos-invitó el librero.
Regresó, con menos cuerpo doblado y casi restablecido.
-Ocho euros.
-¡Hombre, de más cancha! Desde nueve cincuenta.
-Ocho cincuenta.
-Siete cincuenta, y es una ganga.
-No me basta. Seis cincuenta-apremió él al librero.-Además, usted es perro viejo.
-Bueno, cinco cincuenta y ya no bajo más.
-Seis, y no perdemos ambos.
-¿Puede pagar seis euros?
-Precisamente, tengo un euro soltero por ahí.
-Hecho-dijo el librero-Y vuelva otro día. Es divertido hacer negocios con usted.
Y tras despedirse del librero, con el libro en la bolsa, salió más contento que unas castañuelas en misa de las doce del domingo. Había conseguido un ejemplar único. Y en inglés. Merecía la pena.
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