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lunes, 10 de enero de 2011

Escribir, escribir, escribir...


...como siempre, como si te fuera la vida en ello, vida que tomas y devuelves cada día, porque es un precio pequeño a pagar, pues se trata de una manera de que tus ideas y pensamientos se reflejen en unas pocas, o muchas, líneas. Y, al parecer, no basta. Si al escribir buscamos la verdad, o, como escribió Ben Franklin en su autobiografía, para mostrar los conocimientos a su hijo, o sobrino, con los errores y aciertos que cometió durante toda su vida, y para instruirlo en la vida. No es de extrañar, porque lo que esperamos de Benjamin Franklin (inventor del pararrayos entre otras cosas) es que humildad le sobra. Y eso que, Franklin escribió muchos ensayos; pero ningún día faltó a la tarea de escribir, a su intermitencia. De hecho, su Autobiografía, memorias ordenadas, es una obra ciclópea. La escribió para conocerse a través de las trampas de la memoria, para extraer la verdad de toda su vida. ¿Lo logró? Eso lo sabe mejor el propio Ben: de hecho, únicamente lo sabe él, y no puede escaparse. De lo contrario, jamás habría escrito un volúmen enorme sobre su vida, en forma de epístola a su hijo o a su sobrino, indicándole las pautas para dirigir su vida. Ben Franklin buscaba, sobre todo, ser un guía. Un guía humilde. Un guía como él no tuvo, pues lo buscó en sí mismo, y en sus errores, porque este polifacético inventor, aprendió de los errores, para estudiarlos, examinarlos y no cometerlos. De ahí que, escribir fue para él una salida y la purga de sus sinsabores, por mucho que diga que fue feliz. Lo más seguro es que fuera filosóficamente feliz. Como todos esperamos ser algún día, dentro de nuestras limitaciones.

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