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viernes, 21 de enero de 2011

Un golpe lejano


Tendría yo unos diez o doce años cuando tuve un accidente en el colegio. No fue muy agradable, porque no me lo esperaba. Sucedió como suelen acontecer estos hechos: sin buscarlo. Resulta que, antes de finalizar el recreo, y durante el mismo, se había puesto de moda la lucha "entre caballeros"; es decir, uno buscaba un padrino que hacía de caballo, y la justa debía empezar, consistiendo en derribar al oponente, y que el rocín fuera firme. Años después lo medité mucho, y creo que caí en una trampa. Cuando se inició la justa, mi caballo no debió sujetarme firme, porque caí y me golpeé con el bordillo de la acera. El golpe me aturdió un poco, y, al finalizar el recreo, me aposenté en la fila, como todos los días. Me notaba somnoliento y algo mareado (carecía de la información de que mi golpe fue fuerte); entré en clase, mientras discutía con un amigo mío de toda la vida, hasta que me desmayé y perdí el conocimiento en el pupitre. La profesora se alarmó, porque creyó, en un primer momento, que me dormía porque no había descansado el día anterior. Pero, al ver que no me despertaba, llamó a Dirección, y de aquí, al Hospital.
Me desperté por la noche (había perdido el sentido de la existencia) mientras un grupo de personas esperaba mi despertar. Distinguí a varios hombres adultos en la habitación, cada uno con una peculiaridad. Uno había sufrido una rotura de cráneo, y le habían rehecho la cara como mejor podían. No paraban de fumar; pero todos eran agradables. De hecho, me dijeron que creían que no me iba a despertar. Otro, llevaba una férula en la pierna, y unos cuantos cicatrices en la barriga, recién operados, pero que ya se iban curando.

-¿Dónde estoy?-pregunté.

-En el Hospital.

-Imposible-así era yo-Debería estar en el colegio, seguro que me ponen falta.

Me tranquilizaron, y me dijeron que eso no pasaría, que me quedaría un tiempo en cama, y que ya me darían el alta en cuanto me repusiera. Lo cierto es, que cómo no los conocía, desconfiaba un poco; pero luego, me acostumbré a su compañía, y les pregunté por sus heridas. Cada uno tenía una historia que no recuerdo. Por ejemplo, el del cráneo fracturado, me contó que fue un accidente de tráfico, y que estuvo en el quirófano cerca de doce o trece horas, y que necesitaría más operaciones para reconstruir su desencajado rostro, semejante a un puzzle irregular.

Durante la semana se fueron yendo todos, hasta que me quedé sólo, y me dieron el alta. Había conocido otro mundo en el Hospital, y cuando regresé a clase, todos empezaron a decir que, por el golpe, me había vuelto extraño e irascible.
No era cierto. Sencillamente, el chico que me provocó el accidente, siempre que me veía se ocultaba. Nada más mirarme, salía corriendo, con un gesto de terror. Sé como se llama, estará casado y todo lo demás; pero, me hubiera gustado que, por lo menos, confesara su crimen; pero hizo lo que todos los irresponsables: huir como un cobarde, y dudo mucho que se enfrentara a sí mismo. No había tal.

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