Entradas Universales

sábado, 8 de enero de 2011

Lecturas


Que yo recuerde, empecé a leer con tres años. En realidad fue mi madre (q.e.p.d.) quien me mostró las primeras letras del abecedario y su significado. Luego, llegaron las palabras y como se leían. Se puede decir que, cuando llegué al parvulario, ya sabía leer, y conocía el significado de la frase. La escritura llegó después. Pero mi madre, me ponía nuva tarea. Además de escribir en clase, escribía en los Cuadernos Rubio que ella misma se las apañaba para comprar. También es posible que mis primeras lecturas fueran La Isla del Tesoro, por curiosidad, y obras de Emilio Salgari: El Corsario Negro, La Galera del Bajá, La Hija del Corsario Negro (que dudo que fuese obra de Salgari); pero nunca me las llegué terminar. Lo que más me impresionaba de esos libros eran las naves y su historia, o como se componían. Se hallaban las ilustraciones de estos barcos y su documentación al final del libro, cortesía de la Editorial Susaeta (que ya no existe, o ahora se ha especializado en literatura infantil, abandonando la literatura juvenil de los 70 y 80, en los 90, ni rastro y ya en el siglo XXI, es difícil encontrarlos porque están descatalogados); también encontré agilidad al aficionarme a los cómics. En este caso, de toda la obra de Ibáñez y con Mortadelo y Filemón. Todas obras de humor absurdo y muy campechano, muy arraigado en la profundidad de una España que salía de la oscuridad, y que criticaba todo con sutileza humorística. Ibáñez se las apañaba para despistar a la censura con historietas veraces que no dejaban ni pies ni cabeza a la realidad del momento. Luego, llegaron, cuando crecí ocho años después, los cómics de superhéroes americanos, entre ellos, Spiderman, el primero que leí. Un tipo que sufría como cualquier mortal, pero con el poder de una araña radiactiva que, por cierto, le picó. Absurdo, porque, raras veces, las arañas pican. Logré coleccionar un centenar de ejemplares de la inmensa mayoría de los personajes Marvel (una lista muy larga y respetable), hasta que llegó mi tía, y me obligó a deshacerme de las colecciones. Me dolió algo más que el alma, pero no hubo remedio. Sobre todo, cuando, mi tía, me informó de que me había gastado cerca de un millón de pesetas de la época (década de 1980); como era joven, olvidé. Y ya, con doce o trece años, descubrí tardíamente a Superman y al Universo o Multiverso DC. Como cuando Colón descubrió América por el camino equivocado, yo lo descubrí cuando otra tía mía nos llevó a mi hermano menor y yo al cine: la primera película de Superman. En la actualidad, suelo comprar, en ocasiones, cómics de la Marvel y de la DC cuando acontece; pero apenas los leo. Me interesan las ilustraciones o el arte de los dibujantes, que han alcanzado niveles de maestría nunca vistos, y los personajes son más maduros, y las historias más duras, de marcado carácter político. La DC lo hace ahora. Pero la Marvel ya es veterana en temas que tienen que ver con la realidad. Hace un año, leí en la Biblioteca un número antiguo de Spiderman, en donde habían violado a una amiga suya, y el héroe dudaba entre matar al violador, o que confesara su crimen. Al final, no llevó a cabo su venganza, pero el violador lo entregó a la Justicia, después de confesar, claro, y admitir su delito. Si lo hubiese asesinado, ya no sería un superhéroe llamado Spiderman, sino un asesino. En la Marvel, él único con derecho al asesinato y la venganza es el Castigador (The Punisher), y con razón, porque asesinaron a su familia. Además, Frank Castle era policía. Y, desde luego, no me arrepiento de leer tanto literatura como cómic. Forman parte de mi aprendizaje y de mis propios descubrimientos.

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