A la hora de escribir debemos evitar al censor; pero es inevitable. Depende de nosotros. Muchos escritores no escriben para los lectores. Primero escriben para sí mismos, y luego buscan una segunda o tercera opinión.
Llega el momento, entonces, de tomar las decisiones necesarias para que lo escrito merezca o no la pena. Buscar una segunda opinión siempre viene bien. Pero el autor es quien tiene la última palabra. Siempre. Y no siempre. Puede equivocarse y dejarse llevar por la vanidad más molesta.
No soy el indicado para decidir como se debe escribir tal o cual trabajo. Admito que yo me puedo equivocar, desde luego, como todo el mundo. Desde luego que los escritores están de acuerdo en que las técnicas se utilizan para esto o lo otro, y que sirven de ayuda.
También hay que hacer caso a las personas más expertas, puesto que nos guiarán por la selva de corrección y la precisión, y que tendremos que ser observadores y tomar notas, siempre tan importantes, para lograr que la escritura alcance, por lo menos, su grado de perfección.
Hay muchas maneras de evitar el censor. Escribir sobre aquello que nos obliga a contar historias. El escritor, en realidad, es un narrador, un contador de historias, y busca su verdad desde la ficción para aclarar contextos o dudas. No olvidemos que escribir es un acto que compartimos casi todos para remozar el mundo. O casi.
Me las he tenido que ver con el censor muchas veces. Hasta que me compré un portapapeles, y tengo la libertad de escribir, pero sin pasarme en las confesiones. No estamos confensando algo, sino escribiendo sobre algo, que no sabemos, en ese momento, qué es. De ahí que sea necesario escribir hasta dar con la historia que estemos buscando.
Otro día hablaremos sobre la investigación, que tiene su propio aquel.
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