Me refiero a los desconocidos tóxicos. Nunca se extinguen y, si alguna vez sucede esto, les acontece lo mismo que a las cabezas de la Hidra: cortas una, y aparecen quinientas. Ya el gran Hércules nos ofreció una muestra para evitar los ataques de la Hidra: decapitarla y quemar o cauterizar la herida del corte, y así, muere, y no hay lugar para nuevas cabezas, y nuevos malos tragos.
Pero con los deconocidos tóxicos sucede algo parecido: se multiplican..., un primo mío me explicó alguna vez la generación espontánea de las gambas en el plato, y sin duda, tan tóxicos suelen ser algunos personajillos, como desconocidos. En un mundo de oscuridad y lágrimas, muchos hay que se ceban en el dolor o las desgracias de los demás, y que se comportan como vampiros. Con los desconocidos tóxicos sucede igual. Son los vampiros anónimos de la sociedad. Uno no sabe hasta que punto ha tropezado con uno, cuando ya ha tropezado (pero el golpe se lo lleva, de veras que sí), y el tropiezo, sobre todo, es peor que un accidente.
Hacia estos desconocidos tóxicos no hay cura. El dolor queda en la sensibilidad de quien los escucha o recibe. Pero estos desconocidos tóxicos son insensibles. Y mucho. Tampoco hay razón para tenerlos en cuenta. Pero aviso que estamos rodeados, y eso que son, en apariencia, tan humanos como nosotros.
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