La apuesta no consistía en llegar antes, porque tal apuesta no existía. En fin, llegar a la Biblioteca, en autobús, fue cómodo. De pronto, al llegar, uno nota que no puede respirar, al bajar del autobús. El frío invadió mis pulmones, y el agotamiento, producido por el aire frío del otoño, penetró en mi aparato respiratorio, y poco más pude hacer.
Cada otoño, y cuando arrecía la lluvia o el frío, mi cuerpo se queda extenuado, y siente que la energía disminuye. Está claro que ya no estoy en forma, como antes. Pero estoy más ligero de peso, o con un poco de agilidad. Al entrar en la Biblioteca, por las escaleras del Centro Cultural, el grado de comodidad se modifica. Los pulmones recuperan su ritmo.
Debido al aire frío de la calle, mis pulmones no suelen trabajar muy bien. Me falta el aire, cuando el oxígeno llega frío. Al salir, me hiperventilo, provocado, en ocasiones, del salto de un lugar caluroso a un lugar ártico. Porque el frío del ártico invade Madrid, y ya no digamos Europa.
Cuando Madrid se vuelve frío, el resto de los municipios se congelan, aún por el frío y la lluvia, de una manera seca. En Madrid no hay punto medio: o te enfrías o mueres de calor. Y siempre la broma de "a eso no lo teme ningún chicarrón del Norte". Será por lo de ron, que hay mucho, pero hace años que soy abstemio.
Y uno siempre se queda sin aire.
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