Es posible que los asesinos que ahora salen de prisión, vuelvan a hacer de las suyas. Serán, y lo son, más peligrosos que el propio Lobo, Czarniano, y con el instinto homicida genéticamente desarrollado.
Lobo, aún siendo un asesino de ficción, es de una peligrosidad real; pero, por otra parte, es un temible cazarrecompensas, y un delicado asesino a sueldo. No se arrepiente de su pasado, y eso que ha abrazado la religión.
Pero incluso Lobo es menos peligroso que aquellos a los que están soltando. Un tío mío comentó que en Europa están peor que nosotros; pero que la inseguridad en nuestro país ha crecido. Sobre todo desde que Estrasburgo tumbó la Doctrina Parot y la hizo inservible y estéril.
Si estuviera en nuestras manos, en manos de los ciudadanos, cabe la posibilidad de linchar a unos cuantos. Los asesinos no se arrepienten, pero eso no significa que algún reciban multiplicado el dolor que han causado. Y con estas líneas, me refiero a los terroristas, a los cuales Lobo odia sobremanera.
Por otra parte, Lobo acabó con todo su planeta, pero una mutación le permite ser inmortal, puesto que puede regenerar su cuerpo y sobrevivir. A diferencia de los humanos, que son a la especie, pero en grado animal, a la que pertenecen los terroristas. Ellos pueden ser heridos. De alguna manera, los políticos deberían, por lo menos, ocuparse de nuestra seguridad; se han olvidado de nosotros y nos han dejado unos magistrados de la Audiencia Nacional, que carecen del valor suficiente para desoír a Estrasburgo, y tratar de informar a aquellos pánfilos de los Derechos Humanos, que un asesino, o los asesinos, tienen menos derechos que a aquellos a los que han arrebatado el preciado don de la vida. Un asesino que no se arrepiente es un cadáver putrefacto, de la misma manera que no se puede dejar una manzana podrida en una cesta, porque contamina a las demás, con el corrosivo veneno del odio y de la muerte.
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