Es la hora de los resfriados, de picor en la garganta, de las flemas y todo el asunto de los flujos orgánicos. Desde luego, que viene cuando menos se lo imagina uno. Y no olvidemos los dolores de cabeza (que a mí me rebotan hasta en la mandíbula) y, luego, la incapacidad para concentrarse, porque el dolor es demasiado agudo.
Para quien escribe a diario, la situación es peliaguda. De hecho, la entrada de ayer, la escribí con dolor de cabeza, y la de hoy, el dolor de cabeza ha remitido, temporalmente, pero tengo un ataque de calor, que creo que es fiebre, pero que permanezco concentrado, mientras el organismo batalla por ganar la guerra contra el virus. De hecho, la batalla se pierde por la noche, mientras la fiebre causa estragos.
El hombre occidental es el que causa estragos en el mundo. Trasladamos virus de un lugar a otro, y hemos provocado la extinción de razas autóctonas. Pero, claro, nuestra existencia nos hace vulnerables a estos microscópicos invasores. Típico de la estación.
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