Los días de la semana, los cinco, siempre hay que hacer el mismo itinerario. Sea en metro o en automóvil, la meta consiste en llegar a la oficina, saludar a los compañeros, ocupar el lugar en el despacho, cerca de las heladas ventanas de cristal, y esperar a que venga la secretaria para empezar a redactar formularios, leer informes, evaluar proyectos que no verán la luz en meses, y luego las reuniones, la agenda, el mundo de ciertos Masters del Universo, que controlan todas las operaciones, que, desde esos edificios, el mundo se mueve de otra manera distinta, en el interior.
Entonces, uno se pregunta si la marca de ropa, ir como un pincel, sirve para algo. O si la existencia será gris algunos días. Después de todo, observar el mundo desde esos cristales, esas ventanas que hermetizan la existencia, en donde los secretos son más secretos, en donde nada se puede decir, y queda dentro, en donde el presupuesto ha de durar todo el año, en donde hay, en ocasiones, almuerzo con el jefe, o reunión con los empleados, en donde el mundo se ve de otra manera, y que los rascacielos, desde la frialdad de los cristales de las ventanas, es diferente de dentro a afuera. O que afuera, el tiempo transcurre de una manera extraña, y que, por muy extraño que algo ocurra en el interior, dará paso a leyendas, nuevas leyendas, en donde, por curiosidad o ignorancia, siempre hay historias que forjan leyendas, y que, tanto en el interior como en el exterior, las leyendas siguen vivas. Estos edificios o rascacielos, consisten en ser las Moradas de los Dioses, las nuevas pirámides del mundo actual. Un mundo que es posible que desaparezca algún día...
Hoy no...,¡mañana!
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