El Sol, la estrella que trabaja durante todas las vidas, si un día decide no trabajar más, y no levantarse de la cama, prescribiendo alguna enfermedad, sería uno de los sucesos no científicos más extraordinarios. ¿Razón? El Sol no puede jubilarse. Lleva millones y millones de eones formado. Ha visto mundo aunque tarde en dar la vuelta cerca de diez mil años o más, o menos. Pero si un día le da por desaparecer, en la Tierra lo vamos a notar, y no sólo la Tierra, el Sistema Solar, porque girar y trasladarse es caer. Caemos arrastrados por el Sol, hacia el vacío de nuestra existencia, porque dependemos de él, nos guste o no.
La noche eterna es posible, pero ello se traducirá en helada, y quizás, un azar, o el accidente de otra potente estrella nos acoja entre sus dedos flamígeros. Entonces, sin Sol, o con un nuevo sol, la situación daría la vuelta. Será el calor en la misma proporción, y el desastre radiactivo. ¿Tendremos que modificar nuestros genes para el nuevo sol, hipotéticamente? Bueno, no pasará. Tenemos Sol para rato; para la primavera y el verano; para el otoño y el invierno. Con un poco de suerte, aún quedarán generaciones para ver el Sol, símbolo de la luz y del crisol que funde metales.
Bueno, pero imaginad que el Sol no ha querido levantarse o ha hecho campana, deja de cumplir con sus obligaciones y, sin buscar sustituto decide dejarnos con el culo al aire. No será la primera vez, pero el Sol, por lo menos, se irá de vacaciones; perderá las llaves del Sistema Solar, y se irá a cobrar el paro.
Pero es una hipótesis absurda. El fin del Sol, es nuestro final.
Y esto es suficiente.
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