Este apunte es peculiar. Consiste en la historia de un sufí y un vergel. El sufí es el sufí, muy sufí, y el vergel un jardín, todo verde, como el de la imagen, dentro de una mezquita o algún palacio. Pues bien, el sufí llegó girando y girando al vergel. No sabía que era un vergel hasta que dejó de girar y se estampó contra un naranjo. Menudo golpe. Cuando se dio el golpe, cayó en la inconsciencia y su conciencia continuó girando hasta llegar al infinito universo. Luego, la conciencia regresó, girando, pero suavemente, y volvió al desmayado y golpeado sufí, y girando suavemente. Cuando se despertó el sufí en el vergel, se dio cuenta de que en la cabeza tenía un chichón muy sufí, pero que el turbante o el gorrito rojo con bramante y borla no disimulaba.
Como el golpe le había dejado atontolinado, no sabía si estaba en el cielo, o con alguna hurí; pero no dio con ninguna. Ni siquiera reconoció el vergel, puesto que con sus giros atolondrados y místicos, el sufí perdió hasta el origen de lo que sabía o conocía. El asunto se puso serio. No recordaba nada. Además, el golpe con el tronco del naranjo, y la posterior lesión del chichón en la cabeza, le había dejado idiota perdido. Claro, como no controlaba los giros...; entonces, llegaron otros sufíes al vergel, pero sin girar, y encontraron a su hermano que no reconocía nada. Lo llevaron a un médico, y el diagnóstico no lo supo dar o confirmar. Pasaron los años, y el sufí envejeció, sin idea de nada, porque desde su conciencia, no sabía nada, aunque lo veía. Entonces el sufí, cierto día de verano, recordó que se había golpeado estrepitosamente con un naranjo, y que era un sufí, Fue prudente, y decidió no girar hasta el día de su muerte. Entonces, su conciencia si giró hasta llegar a Dios.
Moraleja: ¡Cuidado con los naranjos y los giros!
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