Debajo del monumento a la grandeza de la Humanidad, desde hace quince mil o veinte mil años, una piedra se aburría. No del todo. En realidad, el pedrusco pesaba unas ochenta o noventa toneladas; pero la piedra, cincelada como un cubo, en la base exterior de la pirámide, estaba agotadoramente tediosa. Parece raro, y lo es. Después de tanto tiempo su eternidad y su sentir se manifestó en un aburrimiento eterno. Testigo de millones de generaciones, del paso del tiempo, del nacimiento de reinos y poderosas civilizaciones, que caían en el olvido, para ser rescatados después, la piedra ya no veía la gracia en ningún momento. Cada día se separaba más de su encajada base, y adelantaba un paso. Así durante diez días. El extraño e inédito movimiento de la piedra despertó la curiosidad de los egiptólogos, historiadores, cronistas, periodistas, arquitectos, ufólogos, estudiosos de lo oculto, y un sinfín de personajes de lo más variopinto. Todo el planeta se enteró de que una piedra de la base de la pirámide se movía, con el peligro de hundir toda la estructura. Todos, sin embargo, ignoraban que la piedra se aburría, y esta, se movió cada vez más. Así, hasta que pasados tres meses, la piedra salió del todo, y todo el mundo pensó que se trataba de una maldición. La pirámide acabó por derrumbarse hacia dentro, como un pastel mal horneado, y los testigos salieron corriendo, a gritos, incluso un helicóptero de las noticias internacionales grabó como la estructura se caía. Pero la piedra era libre. Claro, otras piedras despertaron, con aviesas intenciones de fusilar y castigar a la piedra rebelde. Olvidaron que, como piedras de construcción, en doscientos mil años, no habían evolucionado.
Moraleja: Cien mil años nos contemplan, hasta que alguien rompe la baraja.
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