Historia del triunfo, la ambición, el control y la derrota. De la pérdida de la humanidad a costa del poder. Un poder que consume al hacedor del mismo, Charles Foster Kane, que es el reflejo de Randolf Hearst, que acabó arruinado, también es la historia de un hombre que lo ganó todo, vendió su alma al diablo, y perdió su infancia, sólo por ambicionar el poder, que es siempre un seductor, sobre todo.
La interpretación de Orson Welles, que es magistral, incluyendo la dirección, y los planos, que son novedosos, y que, de alguna manera está cubierto el producto de simbólicos tintes kafkianos, porque ambicionar el poder, ante todo, para un tipo como Kane, que vivió en la mayor pobreza, hasta que se convirtió en el magnate Kane, y como perdió su humanidad. Ocupado como estaba en que los demás "piensen lo que él quiere que piensen" (control de las masas) es una continua lucha, quizás, por agradar su ego.
Por suerte, el personaje de Kane no es como Torrente y, sin embargo, son dos productos de éxito, el primero de Hollywood, que estuvo a punto de ser arrebatado de los circuitos de proyección por el propio Hearst, porque reflejaba parte de su vida (genialidad de Welles); y el segundo, un personaje basto y soez, Torrente, que refleja una realidad que preferimos no ver, de corrupción y chulería, que refleja a un país en donde sólo se castiga al más débil de la cadena (genialidad de Santiago Segura), pero con humor. Pero el personaje de Kane cae bien, mientras que el del policía Torrente, tiene sus seguidores, y sus detractores.
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