Es normal que, a la hora de escribir, haya días de sequía. Es posible que estés inspirado, sin bloqueo, pero la mente se te queda en blanco cuando buscas algo diferente. Por ejemplo, estamos tan acostumbrados a la novedad que, en muchas ocasiones, la escritura no fluye. Pero hay que quitarle importancia.
Cabe la posibilidad de que, a la hora de escribir, el tema no sea el adecuado. Pero no importa: si ese día no es posible escribir, intenta otras cosas (excepto suicidarte o cargarte a algún enemigo por el camino), y ya llegará. No hay que rendirse, pero sí descansar. Lee, apunta, toma nota, o date un paseo, piérdete en la ciudad (no mucho), pero respira un poco la libertad que te ofrece estar unas horas sin cuatro paredes. Es cierto que te protegen, pero eso no significa que te conviertas en un eremita de vocación.
Cuando tu cerebro se haya oxigenado, las notas que tomaste, si fueron pobres, las puedes modificar, y mejorar el escrito. De esta manera, la escritura la controlas tú, y no se te escapa de las manos, porque tú tienes el control, y deja de ser escurridiza. No importa que modifiques las notas. Después de todo, esa herramienta es de tu consideración.
Lo sé, porque, en cada ocasión que escribo un borrador para alguna de estas entradas, suelo modificarlo. En parte porque la letra es arrugada. Importante es comprender el concepto. Una idea no deja de ser un calentamiento, pero si la has plasmado literariamente, te conviertes en el dueño de su Destino.
Intentarlo no es tan difícil.
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