La memoria también distrae o se distrae. Gasta bromas muy pesadas, que nos obliga a contradecirnos, de tal manera que, en muchas ocasiones, esa memoria no siempre es tan sincera como parece. Cuando escribimos sobre nosotros, impera la capacidad de incluir un poco de ficción. Incluso los grandes escritores han caído en la tentación de quedar como héroes, en sus memorias, y mentir, pero que no se puede demostrar, y aparentar sombras donde se creían haber visto luces.
Pero la memoria también se desnuda, y lo hace, si no para confundir, sí, para dejar perplejos a todos, hasta tal punto que podemos llegar a pensar que lo narrado por el autor fue real. Luego, las típicas contradicciones: no escribió eso, para algunos críticos, o para los estudiosos de sus obras; tampoco lo narró correctamente, está equivocado. Y así seguimos.
Pero la memoria es algo más que los recuerdos. Los rastros de la persona que las escribió seguirán latentes, en un blog, o en otro soporte, y llegarán o no, a las generaciones futuras, que las hay, pero menudo mundo que van a heredar, lleno de caos y de inseguridad. Si son lo suficiente maduros, es posible que el mundo se arregle, y frenen a aquellos que lo estropean con la corrupción.
Y esos rastros serán cuando menos sorprendentemente benignos. Del pasado es posible aprender, pero, en este caso, el pasado siempre se presenta por sorpresa. En nuestras manos está que las memorias y recuerdos de los grandes hombres y mujeres, sirvan de algo, y no de los hombres microscópicos, en donde su peso político es nulo, porque creyeron caminar en hombros de gigantes, que seguro que fueron hombros de gnomos.
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