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martes, 29 de abril de 2014

Gritos y barbaridades que no convencían

Hace más de diez o veinte años, mientras era empleado en un comercio, que ya todos conoceréis, llegó un momento en que, ya lo narré una vez, no pude más. Por una parte, el encargado me dio bastantes collejas dolorosas, porque tenía problemas en casa, problemas familiares. Al hacerlo público, pues se lo comenté a varios clientes, se debió a que un día me echó la bronca sin venir a cuento. Además, ese día, un miércoles, había trabajado bastante bien, perfectamente, y de pronto, me echa la bronca cuando todo el trabajo estaba más que hecho; y además, me insultó delante de los compañeros, y se metió con mi inteligencia, y algunas cosas más que no tenían sentido.
En este caso, en vez de limpiar los trapos sucios en casa, me los restregaba en mi cara, y había decidido que yo sería su próxima víctima. Ese día, y los siguientes, decidí, después de lo mal que lo había pasado, que algún día pagaría por ello. El hecho de ser un superior, no le daba derecho a pagarlo conmigo, cuando yo no tenía nada que ver con sus problemas. Me sentí herido en lo más profundo, pero no me dolió su ignorancia, cuando un cliente, le pidió sopa de verdura en sobres, y él no supo que decir (porque no sabía inglés); estuve a punto de echarle una mano, me acerqué, pero luego me arrepentí. Allá él.
Se expresaba torpemente, y justo cuando permanecí un momento escuchando al cliente extranjero, caí en la cuenta de lo que buscaba. Pero lo comuniqué al final del día. El encargado me llamó, y me preguntó por la razón de no habérselo comunicado antes, porque había perdido un cliente. Le respondí que hasta más tarde no lo supe. Eso sí, en casa, me regocijé de la torpeza de mi superior. Pero la brecha ya estaba abierta, y aún no ha cerrado.

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