La ansiedad por hallar otros universos semejantes ha ocupado la mente de la humanidad desde hace mucho tiempo. La sorpresa de encontrar lo conocido o lo desconocido, a partes iguales, siempre será el acicate y el empuje para intentar saber más, y atrapar cierto conocimiento de aquello que nos espera en el siguiente paralelismo.
Los universos paralelos existen. De tal manera que los intuimos, pero no podemos demostrarlos. De momento, son teorías matemáticas, ecuaciones y cálculos de la Física, y también, mucha incertidumbre, pero que está ahí, dispuesto a ser encontrado. Pero hasta que la tecnología no haya evolucionado, nos quedaremos así, esperando.
Si en la Edad Media o en el Renacimiento, algún investigador o filósofo hubiera defendido la existencia de otro planeta paralelo, en otro universo, es posible que la Inquisición, la CIA y el FBI de la época, se hubiera ocupado de reunir las pruebas necesarias para encender la hoguera, y convertir en cenizas al hereje. Pero sucede, en nuestro siglo XXI, lo contrario. Y así está bien.
Por una parte, la Inquisición no entendería el concepto o la idea, y no podría hallar la explicación necesaria, a ojos de la Biblia, porque el libro sagrado dice o hay escritas, las Palabras de Dios. Pero, claro, la situación es diferente.
Las agencias gubernamentales son la nueva inquisición; pero al revés: ocultan los avances científicos, porque sus usos son militares, o no muy claros. De ahí que hay una teoría muy curiosa que defiende la Física: si hay universos paralelos, está claro que hay también existencias paralelas, y que es posible contactar con esos universos, a partir de un agujero de gusano. Pero hay literatura y fantasía, y será mejor estar seguro de la teoría, y que se cumpla.
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