Después de tantos años la había encontrado. Ciertamente, no buscaba oro; pero sí al principio, hasta que averiguó que él hacia tiempo que se buscaba a sí mismo. Años y años para dar con la Piedra, con la Lapis Philosopharum. Años de estudio, de experimento en los viejos manuscritos, desentrañando, si era posible, todos los enigmas. Y, por fin, había dado con ella.
Sus pulmones habían respirado el mercurio y los gases letales. Encerrado en su laboratorio, tenía que reparar el tejado de su casa, pero nunca lo hacía. Inmerso en sus investigaciones, penetraba el agua y el frío. No le importaba. En invierno se moría de frío y en verano se asaba de calor. Continuaba con la búsqueda. Repitió el experimento millones de veces, una tras otra, tomando notas y estudiando los códice alquímicos; pero no reparaba el tejado.
Su dedicación era tan extrema que apenas salía para comprar comida. Enviaba a otros; pero el tejado sin reparar. Hasta que dio con la Piedra, después de cuarenta años, y decidió que la hora de reparar el tejado había llegado.
Cuando llegó el momento, las tejas estaban tan dañadas que, el alquimista, tras apoderarse de la Piedra: ya conocía el secreto de su fabricación. Salió de casa, y justo cuando el furgón de las obras, y al recibirlo, un viento pesado aplastó el tejado, y la ruina llegó a la casa. Todo se llenó de escombros, la debilidad de las vigas. El laboratorio se presentó al exterior.
Los operarios se quedaron sorprendidos. ¿Qué rayos era eso?
Entonces, el alquimista pidió una vara de acero, acercó la Piedra, el metal vibró, casi se deshizo en las manos, y se reconvirtió en oro.
-¿Cuánto tardarán en repararlo?-preguntó.
-Ya mismo, si nos da la Piedra-sentenció el operario, con avaricia en la mirada.
Entonces, el alquimista, se guardó la Piedra.
-¿Qué Piedra? Hay oro.-¡La Piedra!-gritó el operario.
Y el alquimista buscó en el otro bolsillo una piedra semejante. Se la entregó.
-Pero hagan el trabajo.
-Nunca, viejo loco.
Y el furgón salió escopetado mientras explotaba en un millón de fuegos artificiales.
-La avaricia es mala consejera-dijo en alto el alquimista.
Apretó la Piedra auténtica en sus manos.
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