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jueves, 5 de abril de 2012

Imposible

Había o Érase una vez (que para el caso es igual) un hechicero que vivía en una torre de dos mil habitaciones o más. Se dedicaba al estudio de la magia y la goecia ( si alguien no sabe qué es esta especialidad, le remito a los libros y a los Grimorios) y, en ocasiones, se dedicaba a experimentar hechizos y encantamientos con los elfos y con Don Quijote, para no aburrirse. Vivía en la torre con las estancias salteadas, pues había instalado cocinas, dormitorios, bibliotecas y laboratorios, para no tenerlo todo tan alejado. No necesitaba asistenta: mantenía limpia la torre con la magia (que por eso era un hechicero), hasta que un día se enamoró de una princesa. Error. La princesa era bastante superficial. Practicaba todo tipo de deporte para mantenerse bella, y no le importaba la gente. La princesa había rechazado a miles de príncipes, debido a que llevaba el negocio de los cereales, la moda y cosméticos (dejando sin trabajo a muchos magos y alquimistas); pero el hechicero apenas tenía nada que ofrecer. Por ejemplo, sabía transformar a los elfos en cualquier animal fantástico, y los propios elfos se la tenían jurada por utilizarlos de conejillos de Indias, con su magia a distancia. Pero el hechicero necesitaba saber de la princesa. ¿Cómo era? ¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué era interesante y, al mismo tiempo, superficial? El hechicero empezó a tomar notas, y se las ingenió para tomar la forma de un príncipe culto, que lo racionalizaba (¡qué palabro, por Crom!) todo. Al principio, a la princesa, por una parte le sorprendió, pero, por otra, le provocaba alguna molestia. El hechicero-falso príncipe, también comentó que pertenecía a una publicación científica e histórica muy importante. Se las ingenió, de nuevo, para acompañar a la princesa a sus empresas, y tomaba notas de todo. Aquí, la princesa desconfió. Demasiadas notas. Un espía industrial, y lo envió al calabozo del castillo, que era insalubre y hedía a retrete mal limpiado. Bueno, pues ya sabía como era la princesa. El príncipe desapareció, y el hechicero regresó a su torre. Bastante tranquilo, sabía que su relación era imposible. Eso les sucede al 99,9% de las personas, y hasta a los hechiceros. Los elfos le habían echado de menos, y fueron voluntarios a la torre, a soportar sus encantamientos. Por lo menos, el hechicero había hecho amigos.

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