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lunes, 2 de abril de 2012

Vista cansada

Durante toda mi vida he estado buscando la verdad. Ha sido una maldición. Verdades hay muchas, tantas como embustes y mentiras. Las unas se ocultan a las otras. En ocasiones, por seguridad; en otras ocasiones, por controlar o dirigir a un rebaño manipulable y sin voluntad propia. He deseado la libertad a partir del conocimiento, y, a pesar de aprender, he cometido errores, como todos o casi. La lista es muy amplia. Jamás han comprendido mi ascetismo, mi manía de refugiarme en la lectura de sesudos tratados que lleva mi adoración hasta la enfermedad. Si no leo, o escribo, mi mente me atormenta. He decidido que el pensamiento más sublime es el más sencillo, sin pedanterías ni vacilación. Un libro es mi escudo, y mi defensa. Intenta arrebatarme uno, y ya verás el resultado. Los libros son más fiables que las personas. Por eso escriben las personas. No soportan guardar sus defectos y transformarlos en virtudes, cuando las mismas virtudes han desaparecido hace tiempo. No me basta sólo el libro y su forma, o su contenido, me interesa el conjunto, todo entero, porque el libro es un instrumento que ha creado el animal más elevado de la creación para no perder aquello que perderá con la muerte. Si he de ser sincero, en ocasiones, no leo, medito en silencio. Pero mi rostro está surcado de arrugas, como si la agricultura de la vida hubiera decidido poner surcos a mi vejez, para plantar, en la muerte, las semillas de un futuro que no acabará conmigo, pero sí me olvidará. No me basta tener la vista cansada. Apenas distingo las palabras, pero recuerdo su significado. El otro día me desmayé en pleno estudio. Cuando me desperté del accidental letargo no veía nada. En la consulta me dijeron que se debía a la tensión y al esfuerzo de varias noches estériles. Tengo la vista cansada. Logro ver a veces. Otras, hay un veto que me irrita y me desplaza. Tengo la vista cansada. Ahora, vete, y déjame a solas con mis libros. No te preocupes: serán tu herencia. Una batalla interminable contra los ejércitos del olvido.

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